Arranqué el 2020 en Barcelona, con familia, trabajo y mi mejor amiga de visita. En febrero me despidieron producto de la pandemia que empezaba a «cocinarse» en el Mundo. Luego vino el confinamiento (parte I). En agosto viajé de urgencia a Buenos Aires por temas familiares (confinamiento parte II) y pasé el siguiente año y medio entre rezos, pérdidas, hospitales, entrevistas de trabajo frustradas, médicos y un estrés muy poco recomendable. Hacía siete años que vivía fuera de la Argentina -y tres que no iba-. Aunque siempre (sí, siempre) existe el lado B, de «bueno», de la vida. El mío fue poder acompañar a mi madre en el momento en que más lo necesitaba. Además de reencontrarme con varios de mis afectos más preciados y comprender que no puedo con todo. Nadie puede con todo.
También me dediqué a formarme y reinventarme. El estudio siempre es una manera de prestarme atención, ya que me conecta con el disfrute – y la responsabilidad- de seguir aprendiendo. Me reinventé per se cuando entendí que solo tenía que rendirme ante lo que era y no lo que quería que fuese. O lo que ya no podría volver a ser. Salí del cascarón por segunda vez, a los 40 años recién cumplidos.
¿Alguien más se sintió arrasado por el Efecto Tsunami antes, durante o post-pandemia? Era una pregunta retórica…
Pasaron dos años, volví a Europa y podría decir que hoy me siento alineada y en paz. Porque lo vivido -y todo lo que falta por vivir- fue la oportunidad para redescubrir quién Soy. Para realizar una de las principales tareas que proponemos los acompañantes en Bioneuroemoción®: observarnos, integrar y trascender lo que haga falta para vivir en coherencia emocional con nosotros mismos y con nuestro entorno.
Que tu luz ilumine el Mundo.
Gracias por estar ahí.
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